Al
momento de entrar al taxi, ella volteo la mirada y me miró a los ojos.
Entre la sorpresa del momento, y el
torbellino de sentimientos que sentía, solo alcancé a susurrar un escueto “No”
antes que la puerta se cerrara y el taxi saliera disparado por la Carrera 11. Ella
desapareció de mi vida, y me quedé con miles de palabras por decir. Las frases abortadas en silencio, y
el bullicio de la gran ciudad entre las montañas, se tragaron cualquier sonido que
yo pudiera producir.
La había
conocido en el bar del hotel. Sólo faltó que conversáramos unos minutos para
que su espectacular sonrisa y enormes ojos oscuros me pusieran a sudar
internamente. Tengo que confesar que nunca he sido bueno hablando con
mujeres, especialmente si las encuentro atractivas. Pierdo, por lo menos, 45% de
mi inteligencia, quizás aún más, cuando converso con una dama hermosa. Sin
embargo, también tengo que admitir que no me siento realmente atraído a muchas
mujeres. Sí puedo reconocer la belleza en una mujer, pero son muy pocas las que
hacen que se me seque la boca y no sepa que rayos decir.
Ella era
una de estos seres especiales. Era prácticamente una diosa, con una dulce
sonrisa y una mirada brillante. Jamás había tenido una conversación con una
diosa.
Nunca
había hecho algo como lo que estaba haciendo ese día. Era mi primera vez. Ella
me miraba con ojos un poco nerviosos. Yo, probablemente la miraba con ojos más
nerviosos aún. Pedí una cerveza. Ella tenía una copa en la mano. Apenas tomaba
un sorbo de vez en cuando.
Me
fascinó su risa fácil. La forma que escuchaba mis tonterías. Me contó sobre sus
metas, estaba estudiando para ser abogada, y yo le conté sobre los desastres de
mi vida.
-¿En
serio? – Me dijo al escuchar mi historia -¡Deberías escribir un libro!
-Tal vez lo haga. Pero, no creo que nadie me
crea. Cada vez que le cuento a alguien lo que me pasó, ponen una cara de
sorpresa que es difícil de explicar.
-Pues, toma una foto, - me dijo sonreída, -y
publicas todas esas fotos en un libro.
La miré
a los ojos. Ella rió dulcemente.
-Pero, me tienes que prometer que compartirás la ganancia del libro.
¡Sabes que fue mi idea!
Y así lo
prometí.
* * *
La
primera vez que la vi desnuda, se me congeló totalmente el cerebro. Bajé de
inteligencia por lo menos un 85%. Probablemente más. Cuando su blusa cayó al suelo, se me nubló cualquier intento de pensamiento coherente. Logré decir sólo una palabra.
-¡Wow!
Ella
rió. Tomó mi cara en sus manos, y me dio un beso rápido.
-Cosita linda.
-No, la cosita linda es usted. – Le contesté.
Entonces,
todo uso de razón desapareció en un frenesí de sudor, nervios, calor y pasión.
* * *
Al otro
día, fuimos a cenar tarde. Ella salía de clase cerca de las diez. La esperé
ansioso, intentando organizar presupuestos para la oficina. A cada dos minutos
miraba el reloj. Los números en la pantalla de la computadora me parecían irrelevantes.
Sólo quería volverla a ver.
Cuando
llegó, cruzamos juntos el parque. Hacia un poco de frio, y ella se envolvió en
un abrigo negro. Me resistí de tomarle la mano. Parecería tonto, pero quería
que supiera que tenía todo mi respeto. Mientras caminamos, me contaba cómo le
había ido el día. Yo la admiraba cada vez más. Era una mujer segura de lo que
quería en la vida. Era tan hermosa por dentro como lo era por fuera, aunque
pareciera aquello uno de los peores clichés en la historia de la literatura. Quería
terminar de estudiar, y debía sostener dos trabajos para lograr sus metas. No
podía ser fácil aquello. Trabajar temprano en la mañana, ir a la universidad en
la tarde, y trabajar nuevamente en la noche. Estaba asombrado de su firmeza y
fuerza para seguir luchando.
En el
restaurante, ella probó linguine por primera vez. El día anterior, me había dicho
encantaba la pasta, pero nunca había probado linguine. Quería llevarla a un
restaurante italiano allí cerca del parque, pero ya a esas horas estaba cerrado.
Por suerte, el restaurante de la esquina estaba abierto. No sólo tenía buena
comida, sino también nos deleitaron con música en vivo.
-Cuéntame
algo de ti. – Me dijo suavemente. Yo buscaba en mi cerebro alguna historia
interesante que contar. Sin embargo, mis neuronas no cooperaban. Finalmente le
conté algunas de mis historias de joven torpe, historias donde la gravedad
siempre gana. Su sutil risa se mezclaban con las melodías de la banda.
-¿En serio? –
repetía con una sonrisa en la boca, mientras le contaba cómo me caí por las
escaleras en tercer grado. Ella también tenía sus historias de juventud. Resultó
que ambos sido operados de la rodilla por defectos genéticos similares.
-Deberíamos devolver
nuestras rodillas. Están defectuosas. – Le dije de forma burlona. -Aunque, las
tuyas están en un par de piernas verdaderamente perfectas. - añadí, haciéndola sonrojar.
* * *
-¿Te gustan Los Simpsons? – Me preguntó con cara de pícara.
-¡Claro!
-A ver, ¿cuál es tu
episodio favorito?
Sin titubear, le contesté.
-¡El Monorriel! ¡A la grande le puse cuca!
En un instante, ella se desbordó en
un mar de risas.
Mientras
veíamos el episodio “22 Historias Cortas de Springfield,” el cual no estaba en
la lista de favoritos de ninguno de los dos, conversamos de mil cosas.
Filosofía, religión y hasta de Willy Wonka. Resulta que ella amaba la interpretación de
Johnny Depp, pero nunca había visto mi adorada versión del inolvidable Gene
Wilder. En el fragor del momento, le canté varias líneas de “Pure Imagination”,
algo que me sorprendió. Me prometió que la vería tan pronto pudiera.
Hacía
años que no me sentía tan cómodo con una mujer. Ella era lo que necesitaba en
ese preciso instante. No había presiones, drama, ni expectativas. Después de todo lo que me había pasado, de las
heridas emocionales todavía frescas, ella era un bálsamo que calmaba mi dolor.
- Me encanta cómo me concientes.- Me dijo tiernamente mientras le acariciaba suavemente la espalda. - Me siento como un gatico en tus manos.
-Es díficil no hacerlo. Eres una mujer espectacularmente hermosa.
- Me encanta cómo me concientes.- Me dijo tiernamente mientras le acariciaba suavemente la espalda. - Me siento como un gatico en tus manos.
-Es díficil no hacerlo. Eres una mujer espectacularmente hermosa.
-Estoy gorda. – Dijo mientras su mano recorría
su vientre desnudo.
-¿Gorda? – exclamé, -Yo solo veo perfección.
-¿En serio? – me contestó. Se viró boca arriba en la cama y añadió. – A ver, que no te
gusta de mí. – añadió con un tono travieso.
-¿Qué no me gusta de ti? Me gusta todo.
Absolutamente todo. Desde tu cabeza, a la punta de tus pies. No solo eres
ridículamente hermosa, eres una mujer muy especial.
-¡Me vas a hacer sonrojar!
-Todo lo que te he dicho es cierto. Estoy siendo
totalmente sincero. Eres perfecta. Totalmente perfecta.
-¿Por eso me llamaste de nuevo?
-Quería verte, por lo menos una vez más.
Sin
añadir palabra alguna, me tomó en sus manos y me hizo olvidar el mundo.
* * *
Se quedó
dormida en mis brazos. Yo sentía su cuerpo caliente pegado a mi pecho. Casi no podía
respirar. En la oscuridad del cuarto, recorrí sus curvas con mis manos. Ella
sabía lo que estaba haciendo, pero permitió mi suave exploración de sus
contornos. Aun cuando solo se escuchaba en la habitación sus delicados
ronquidos, yo no podía dormir. No podía dejar de admirar aquella increíble
mujer que se encontraba a mi lado. Era una chica dulce y juguetona. Era una
mujer extremadamente inteligente. Era un sueño hecho carne y hueso. Lo era
todo.
Despertó
al despuntar el amanecer. Yo había pasado las horas embobado, bebiéndome su
cuerpo con los ojos y dedos.
- ¿Dormiste
algo? – me preguntó.
-
Realmente no. – Le confesé. – Estuve toda la noche admirándote. Tu cuerpo es un
imán para mis manos.
Ella me dio
una mirada vivaracha, y contestó.
-
Hiciste trampa. Se supone que durmieras conmigo. Jamás te lo voy a perdonar.
- ¿Qué
tengo que hacer para que me perdones?
Ella
puso su dedo índice en sus labios, haciendo una expresión exagerada de reflexión.
- No sé.
Me lo tengo que pensar. – Y rió con una delicada carcajada.
Su expresión
de juego inocente me hizo sonreír al instante. Su mirada cariñosa me llenó el
corazón de alegría.
-Ven,
vamos a ducharnos. – Dijo tomando dulcemente mi mano.
Mientras
el agua caliente llenaba el cuarto de vapor, yo podía solo admirarla. Sabía que
se me acababa el tiempo. La espuma caía lentamente, deslizándose por cada curva
de su cuerpo. Yo intentaba desesperadamente de retener la imagen de aquel
momento en mi memoria.
Dentro
de mí se mezclaban cientos de emociones. Sin embargo, estaba muy claro de que
nada de lo que dijera, ningún pensamiento, argumento, ni idea, podría cambiar
lo que iba a suceder. Cerré los ojos, y con toda mi fuerza deseé que todo fuera
diferente. Quizás si no la hubiera conocido aquella noche en el bar del hotel,
tendría una verdadera oportunidad. Quizás si la hubiera visto en el café de la
esquina de la plaza, o me hubiera topado con ella en la calle, entonces podría
hacer de la fantasía una realidad. Ella era todo lo que yo quería. Sólo ella
sabía lo que pensaba de mí. Probablemente no era nada bueno. Especialmente en
estas circunstancias.
Salimos
de la ducha, y nos vestimos rápidamente. Tomé el teléfono y le llamé un taxi.
- ¿Me
vas a decir tu nombre? Sólo tu nombre. Tu verdadero nombre. – Le pregunté al
colgar el teléfono.
Ella me
miró con una expresión triste, y me respondió. -Quizás.
-Te
acompaño abajo. – Le dije, forzando una sonrisa. Antes de salir del cuarto, le
di el dinero que habíamos acordado.
El taxi
se acercó a la acera. Ella me dio un beso rápido y logré abrazarla por un par
de segundos.
- Adiós,
mi cielo. – Me dijo con una sonrisa. -¡No me olvides!
Entre la
sorpresa del momento, y el torbellino de sentimientos que sentía, solo alcancé
a susurrar un escueto “No” antes que la puerta se cerrara y el taxi saliera
disparado por la Carrera 11. Ella desapareció de mi vida, y me quedé con miles
de palabras por decir.
El tiempo me traiciona. Ya no puedo recordar su risa. A duras penas puedo recordar su dulce voz. Si pudiera
hacer que el infinito repitiera aquel instante, le diría tres cosas:
Primero, tienes
mi admiración eterna por luchar hasta el final, con valentía y fuerza inmensurable
por lograr la vida que mereces.
Segundo, perdóname
por ser un hombre más, como todos, débil y patético. Tu mereces mejor que
cualquiera de nosotros.
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