Sunday, April 10, 2016

Ella (Cuento)

Al momento de entrar al taxi, ella volteo la mirada y me miró a los ojos.

-¡No me olvides!

Entre la sorpresa del momento, y el torbellino de sentimientos que sentía, solo alcancé a susurrar un escueto “No” antes que la puerta se cerrara y el taxi saliera disparado por la Carrera 11. Ella desapareció de mi vida, y me quedé con miles de palabras por decir. Las frases abortadas en silencio, y el bullicio de la gran ciudad entre las montañas, se tragaron cualquier sonido que yo pudiera producir.

La había conocido en el bar del hotel. Sólo faltó que conversáramos unos minutos para que su espectacular sonrisa y enormes ojos oscuros me pusieran a sudar internamente. Tengo que confesar que nunca he sido bueno hablando con mujeres, especialmente si las encuentro atractivas. Pierdo, por lo menos, 45% de mi inteligencia, quizás aún más, cuando converso con una dama hermosa. Sin embargo, también tengo que admitir que no me siento realmente atraído a muchas mujeres. Sí puedo reconocer la belleza en una mujer, pero son muy pocas las que hacen que se me seque la boca y no sepa que rayos decir.

Ella era una de estos seres especiales. Era prácticamente una diosa, con una dulce sonrisa y una mirada brillante. Jamás había tenido una conversación con una diosa.

Nunca había hecho algo como lo que estaba haciendo ese día. Era mi primera vez. Ella me miraba con ojos un poco nerviosos. Yo, probablemente la miraba con ojos más nerviosos aún. Pedí una cerveza. Ella tenía una copa en la mano. Apenas tomaba un sorbo de vez en cuando.

Me fascinó su risa fácil. La forma que escuchaba mis tonterías. Me contó sobre sus metas, estaba estudiando para ser abogada, y yo le conté sobre los desastres de mi vida.

-¿En serio? – Me dijo al escuchar mi historia -¡Deberías escribir un libro!

-Tal vez lo haga. Pero, no creo que nadie me crea. Cada vez que le cuento a alguien lo que me pasó, ponen una cara de sorpresa que es difícil de explicar.

-Pues, toma una foto, - me dijo sonreída, -y publicas todas esas fotos en un libro.

La miré a los ojos. Ella rió dulcemente.

-Pero, me tienes que prometer que compartirás la ganancia del libro. ¡Sabes que fue mi idea!

Y así lo prometí.

* * *

La primera vez que la vi desnuda, se me congeló totalmente el cerebro. Bajé de inteligencia por lo menos un 85%. Probablemente más. Cuando su blusa cayó al suelo, se me nubló cualquier intento de pensamiento coherente. Logré decir sólo una palabra.

-¡Wow!

Ella rió. Tomó mi cara en sus manos, y me dio un beso rápido.

-Cosita linda.

-No, la cosita linda es usted. – Le contesté.

Entonces, todo uso de razón desapareció en un frenesí de sudor, nervios, calor y pasión.

* * *

Al otro día, fuimos a cenar tarde. Ella salía de clase cerca de las diez. La esperé ansioso, intentando organizar presupuestos para la oficina. A cada dos minutos miraba el reloj. Los números en la pantalla de la computadora me parecían irrelevantes. Sólo quería volverla a ver.

Cuando llegó, cruzamos juntos el parque. Hacia un poco de frio, y ella se envolvió en un abrigo negro. Me resistí de tomarle la mano. Parecería tonto, pero quería que supiera que tenía todo mi respeto. Mientras caminamos, me contaba cómo le había ido el día. Yo la admiraba cada vez más. Era una mujer segura de lo que quería en la vida. Era tan hermosa por dentro como lo era por fuera, aunque pareciera aquello uno de los peores clichés en la historia de la literatura. Quería terminar de estudiar, y debía sostener dos trabajos para lograr sus metas. No podía ser fácil aquello. Trabajar temprano en la mañana, ir a la universidad en la tarde, y trabajar nuevamente en la noche. Estaba asombrado de su firmeza y fuerza para seguir luchando.

En el restaurante, ella probó linguine por primera vez. El día anterior, me había dicho encantaba la pasta, pero nunca había probado linguine. Quería llevarla a un restaurante italiano allí cerca del parque, pero ya a esas horas estaba cerrado. Por suerte, el restaurante de la esquina estaba abierto. No sólo tenía buena comida, sino también nos deleitaron con música en vivo.

-Cuéntame algo de ti. – Me dijo suavemente. Yo buscaba en mi cerebro alguna historia interesante que contar. Sin embargo, mis neuronas no cooperaban. Finalmente le conté algunas de mis historias de joven torpe, historias donde la gravedad siempre gana. Su sutil risa se mezclaban con las melodías de la banda.

-¿En serio? – repetía con una sonrisa en la boca, mientras le contaba cómo me caí por las escaleras en tercer grado. Ella también tenía sus historias de juventud. Resultó que ambos sido operados de la rodilla por defectos genéticos similares.

-Deberíamos devolver nuestras rodillas. Están defectuosas. – Le dije de forma burlona. -Aunque, las tuyas están en un par de piernas verdaderamente perfectas. - añadí, haciéndola sonrojar.

* * *

Desnudos, buscamos el control remoto del televisor entre sabanas revueltas. Ella cambiaba los canales mirando si había algo decente que ver a esas horas.

-¿Te gustan Los Simpsons? – Me preguntó con cara de pícara.

-¡Claro!

-A ver, ¿cuál es tu episodio favorito?

Sin titubear, le contesté.

-¡El Monorriel! ¡A la grande le puse cuca!

En un instante, ella se desbordó en un mar de risas.

Mientras veíamos el episodio “22 Historias Cortas de Springfield,” el cual no estaba en la lista de favoritos de ninguno de los dos, conversamos de mil cosas. Filosofía, religión y hasta de Willy Wonka.  Resulta que ella amaba la interpretación de Johnny Depp, pero nunca había visto mi adorada versión del inolvidable Gene Wilder. En el fragor del momento, le canté varias líneas de “Pure Imagination”, algo que me sorprendió. Me prometió que la vería tan pronto pudiera.

Hacía años que no me sentía tan cómodo con una mujer. Ella era lo que necesitaba en ese preciso instante. No había presiones, drama, ni expectativas.  Después de todo lo que me había pasado, de las heridas emocionales todavía frescas, ella era un bálsamo que calmaba mi dolor.

- Me encanta cómo me concientes.- Me dijo tiernamente mientras le acariciaba suavemente la espalda. - Me siento como un gatico en tus manos.

-Es díficil no hacerlo. Eres una mujer espectacularmente hermosa. 

-Estoy gorda. – Dijo mientras su mano recorría su vientre desnudo.

-¿Gorda? – exclamé, -Yo solo veo perfección.

-¿En serio? – me contestó. Se viró boca arriba en la cama y añadió. – A ver, que no te gusta de mí. – añadió con un tono travieso.

-¿Qué no me gusta de ti? Me gusta todo. Absolutamente todo. Desde tu cabeza, a la punta de tus pies. No solo eres ridículamente hermosa, eres una mujer muy especial.

-¡Me vas a hacer sonrojar!

-Todo lo que te he dicho es cierto. Estoy siendo totalmente sincero. Eres perfecta. Totalmente perfecta.

-¿Por eso me llamaste de nuevo?

-Quería verte, por lo menos una vez más.

Sin añadir palabra alguna, me tomó en sus manos y me hizo olvidar el mundo.


* * *


Se quedó dormida en mis brazos. Yo sentía su cuerpo caliente pegado a mi pecho. Casi no podía respirar. En la oscuridad del cuarto, recorrí sus curvas con mis manos. Ella sabía lo que estaba haciendo, pero permitió mi suave exploración de sus contornos. Aun cuando solo se escuchaba en la habitación sus delicados ronquidos, yo no podía dormir. No podía dejar de admirar aquella increíble mujer que se encontraba a mi lado. Era una chica dulce y juguetona. Era una mujer extremadamente inteligente. Era un sueño hecho carne y hueso. Lo era todo.

Despertó al despuntar el amanecer. Yo había pasado las horas embobado, bebiéndome su cuerpo con los ojos y dedos.

- ¿Dormiste algo? – me preguntó.

- Realmente no. – Le confesé. – Estuve toda la noche admirándote. Tu cuerpo es un imán para mis manos.

Ella me dio una mirada vivaracha, y contestó.

- Hiciste trampa. Se supone que durmieras conmigo. Jamás te lo voy a perdonar.

- ¿Qué tengo que hacer para que me perdones?

Ella puso su dedo índice en sus labios, haciendo una expresión exagerada de reflexión.

- No sé. Me lo tengo que pensar. – Y rió con una delicada carcajada.

Su expresión de juego inocente me hizo sonreír al instante. Su mirada cariñosa me llenó el corazón de alegría.

-Ven, vamos a ducharnos. – Dijo tomando dulcemente mi mano.

Mientras el agua caliente llenaba el cuarto de vapor, yo podía solo admirarla. Sabía que se me acababa el tiempo. La espuma caía lentamente, deslizándose por cada curva de su cuerpo. Yo intentaba desesperadamente de retener la imagen de aquel momento en mi memoria.

Dentro de mí se mezclaban cientos de emociones. Sin embargo, estaba muy claro de que nada de lo que dijera, ningún pensamiento, argumento, ni idea, podría cambiar lo que iba a suceder. Cerré los ojos, y con toda mi fuerza deseé que todo fuera diferente. Quizás si no la hubiera conocido aquella noche en el bar del hotel, tendría una verdadera oportunidad. Quizás si la hubiera visto en el café de la esquina de la plaza, o me hubiera topado con ella en la calle, entonces podría hacer de la fantasía una realidad. Ella era todo lo que yo quería. Sólo ella sabía lo que pensaba de mí. Probablemente no era nada bueno. Especialmente en estas circunstancias.

Salimos de la ducha, y nos vestimos rápidamente. Tomé el teléfono y le llamé un taxi.

- ¿Me vas a decir tu nombre? Sólo tu nombre. Tu verdadero nombre. – Le pregunté al colgar el teléfono.

Ella me miró con una expresión triste, y me respondió. -Quizás.

-Te acompaño abajo. – Le dije, forzando una sonrisa. Antes de salir del cuarto, le di el dinero que habíamos acordado.

El taxi se acercó a la acera. Ella me dio un beso rápido y logré abrazarla por un par de segundos.

- Adiós, mi cielo. – Me dijo con una sonrisa. -¡No me olvides!

Entre la sorpresa del momento, y el torbellino de sentimientos que sentía, solo alcancé a susurrar un escueto “No” antes que la puerta se cerrara y el taxi saliera disparado por la Carrera 11. Ella desapareció de mi vida, y me quedé con miles de palabras por decir.

El tiempo me traiciona. Ya no puedo recordar su risa. A duras penas puedo recordar su dulce voz. Si pudiera hacer que el infinito repitiera aquel instante, le diría tres cosas:

Primero, tienes mi admiración eterna por luchar hasta el final, con valentía y fuerza inmensurable por lograr la vida que mereces.

Segundo, perdóname por ser un hombre más, como todos, débil y patético. Tu mereces mejor que cualquiera de nosotros.

Y tercero: No, mi niña traviesa, mujer irrompible de valor incalculable. Nunca, nunca te olvidaré.


(2017)